Enero 2021

 

Gladys Ávila de 73 años, trabajó toda su vida vendiendo ropa y comida casera. Recuerda que con mucho sacrificio logró comprar un apartamento en el oeste de Maracaibo, dos carros y levantó a sus cuatro hijos hasta hacer de ellos unos profesionales. En aquel entonces, el trabajo duro era la garantía de su vejez. Nunca se imaginó terminar enferma y sola como quien cumple una condena.

La negra, como es conocida por sus amigos, tiene una larga lista de dolencias. Diabetes tipo dos, arritmia cardiaca, artrosis generalizada y cataratas. Además, sufre ataques de migraña que la dejan en cama por días enteros.

Hace 10 años la inflamación de sus articulaciones desgastó la rótula de su pierna izquierda. Tras una operación, logró colocarse una prótesis en una jornada médica social, pero su artrosis está tan avanzada que los dolores musculares la tienen presa en su propia casa.

“Hace muchos años que no voy al traumatólogo porque la salud es impagable y no tengo para eso. El dolor me impide salir a la calle, así que estoy sometida a estas cuatro paredes, y en los últimos cinco años me he puesto peor”, dijo Gladys sentada en un viejo mecedor en la sala de su apartamento.

Como muchos adultos mayores del estado Zulia, la diáspora venezolana también tocó su puerta. Cuenta que dos de sus hijos se fueron a Estados Unidos hace cinco años debido a la crisis del país. “Mi hija mayor no se quería ir pero su salud la obligó porque dejó de conseguir su tratamiento para la epilepsia y la tiroides aquí. Tuvo que migrar a Chile”, cuenta.

El último en irse fue su hijo menor Tony, que batalló durante seis años con cáncer en los huesos. Hace dos años se fue a Estados Unidos con la esperanza de conseguir una prótesis después que le amputaron su pierna izquierda, pero estando allá los médicos le diagnosticaron metástasis y murió.

Antes de emprender su viaje a Norteamérica, Tony le pidió a su madre que se quedara a cargo de su padre, Gonzalo Chourio quién actualmente tiene 87 años de edad y sufre de alzhéimer desde hace siete años.

“Yo jamás imaginé que mi hijo se fuera a morir en Estados Unidos, así que como un acto de humanidad me quedé con el viejito y ahora yo lo cuido”, reveló Gladys quien ya tenía más de 30 años separada del padre de sus hijos.

Remesa a cambio de soledad

La situación familiar es un tema del que le cuesta hablar a Gladys. Hace una pausa, mira sus manos fijamente y suelta: “Estar solo y enfermo es difícil. Yo se lo oculto a mis hijos, pero a veces caigo en una depresión terrible, que al final de cuentas también es una cosa más de la que uno se enferma. Es más, a veces no puedo ni hablar de eso”.

Así como sus hijos, también sus hermanos, nietos y sobrinos se fueron del país. Dice que le pesa en el alma porque tiene nietos y bisnietos que aún no conoce. “Yo los necesito, los echo de menos y los recuerdos me matan, pero tengo que echar para adelante”.

La mujer seca su rostro, toma aire y continúa. “No puedo quebrarme, es algo que no puedo permitirme porque afectaría más mi salud, pero es muy difícil porque para mantener en este país tuve que quedarme sola, ellos hacen lo que pueden para darme lo que necesito, pero estar solo es duro y no se lo deseo a nadie”.

Hace un año Gladys perdió a su compañero de vida, Alexis Más y Rubí, su segundo esposo. Un Accidente Cerebro Vascular producto del estrés lo mantuvo dos días en el hospital hasta que murió. Dice que su muerte fue un sacudón para ella y entendió que debía continuar luchando.

“El estrés de la situación del país lo mató. Él no compraba su medicina de la tensión para que alcanzara para comprar la mía”, cuenta Gladys entre lágrimas.

Mensualmente sus hijos envían desde Estados Unidos el equivalente a 100 dólares para medicamentos y comida, además de la ayuda que recibe de una nieta en Chile, pero más de la mitad de la remesa se va en medicinas.

“A veces me veo ahogada, porque cada vez rinde menos el dinero, cada mes compro menos, todo está muy caro y se paga en dólares”.

Cumplir la dieta que necesita Gladys, no se ajusta a su bolsillo. Resuelve comprando un pollo cada 15 días o más, come topocho con requesón, ahuyama y huevos si le alcanza. “Los enfermos no hacemos dieta, comemos lo que hay o lo que nos alcanza, así de simple”, confesó.

La salud de Gladys ha ido en descenso desde que se quedó sin seguro médico hace un poco más de cinco años. “Antes gozaba del seguro de mi hijo que trabajaba en una buena empresa, pero como se fue, me quedé sin nada. Ahora tengo que pagar mis consultas en una clínica, a la que voy una vez al año, si acaso, porque los hospitales no sirven, no hay nada, ya uno no tiene para donde agarrar”.

La falta de gasolina es otro tema que afecta la movilidad de Gladys, cada vez se le hace más difícil conseguir que algún vecino le preste la colaboración de llevarla al médico. Ir en taxi le cuesta hasta 40 dólares ida y vuelta, además del pago de la consulta que son 25 dólares, por eso ha dejado de tratar la artrosis y apenas toma tratamiento para el corazón y la presión arterial.

Gladys debería estar en control con al menos cinco especialistas. Internista, traumatólogo, cardiólogo, gastroenterólogo y oftalmólogo. Pero pagar esa atención médica le costaría en promedio al mes 150 dólares.

“Lo demás lo controlo con ramas. Tomo manzanilla, anís estrellado, trato de no comer lo que me hace daño y así voy. Si compro todas las medicinas y voy al médico, no como”, dijo tajantemente.

“Antes ibas a cualquier hospital y tenías asistencia médica de calidad. Hoy en día no hay hospitales, ni ambulatorios, ni CDI que funcionen. Ahora es más difícil, así como yo hay millones de personas. Aquí mismo se murió un vecino de covid-19 el 30 de diciembre porque no tenía para los medicamentos, él también estaba solo como yo”, lamentó Gladys.

“El año pasado me dio un dolor de vesícula muy fuerte y un vecino me llevó al Hospital Universitario. Nunca voy a olvidar lo que viví ahí. Me sacaron con el suero para el estacionamiento porque había pacientes hasta en el piso. No había nada, ningún insumo. Lo que viví ahí, fue horrible”.

Un gesto de humanidad

Tendido en la cama de una de las habitaciones del apartamento de Gladys, pasa sus días Gonzalo, su ex esposo. Debido a su tratamiento, pasa la mayor parte del día durmiendo, pero en otras ocasiones logra vencer el efecto de los tranquilizantes.

“Me cuesta mucho porque Gonzalo ya no controla sus esfínteres y hace sus necesidades en cualquier parte de la casa. Tengo que estar muy pendiente cuando se va la luz porque yo casi no veo y él se desespera. No se deja bañar y todo es un proceso”, dijo la negra.

El estrés ha ocasionado que Gladys tenga trastorno del sueño. Las noches en las que no duerme la migraña la ataca sin piedad durante todo el día siguiente. “El estrés hace que me deprima más, hemos estado a punto de caernos los dos cuando lo llevo al baño, porque yo no tengo fuerza, no puedo con él”, confesó.

“Estar a cargo de otra persona en estas condiciones es agotador y agobiante. Me aferro a Dios, me hinco y le pido llorando que me de fortaleza porque a veces siento que no puedo más”.

Luego de un largo silencio, Gladys reconoce que su realidad actual no es lo que ella esperaba.

“Es injusto que las personas como yo, que trabajamos toda la vida para tener una vejez digna estemos lejos de siquiera tener tranquilidad. Es una tristeza inmensa, porque yo planifiqué mi vejez, trabajé duro para eso y ahora estoy sola, condenada a estar encerrada por mis enfermedades. Es una decepción muy grande porque todo lo que planeé para el final de mi vida se vino abajo”, sentenció Gladys conteniendo las lágrimas.

La calidad de vida es algo que hace muchos años se desvaneció en Venezuela, según explica Gladys. La falta de agua y electricidad son situaciones que confiesa la llenan de angustia.

“Parece mentira, pero el problema de los servicios enferma más a uno. Puedes tener todas las medicinas, pero si no tienes tranquilidad, calidad de vida que llaman, es lo mismo o peor. Por eso el país está cada día más solo y la gente se pasa como loca para Estados Unidos”.

Gladys sueña con volver a ver a sus hijos y ellos están haciendo lo económicamente posible para llevarla a los Estados Unidos. Quieren comprarle un seguro y evaluar la posibilidad de operar de la vista a su madre, además de ponerla en control con las demás enfermedades.

“Cuanto diera por recuperar mi salud, pero en estas condiciones es difícil, yo aún me siento joven y quisiera valerme por mi misma, no depender de nadie. Lo único que quiero es estar tranquila”, concluyó la mujer.

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