

Enero 2021
Los días de consulta, o aquellos en que no se siente bien y cree que es buena idea preguntarle a un médico si el malestar guarda alguna relación con su tratamiento, la jornada de Leyda comienza a las 5 de la mañana o quizás antes. Debe dejar algo preparado para sus hijos pequeños, buscar quien se ocupe de su nieta de dos años de edad y salir a tomar un autobús que le traiga desde Tabay a Mérida. Su hija, una muchacha de veinticinco años se ha convertido en su sombra, a pesar de su propia familia.
Hace 4 años Leyda fue diagnosticada con Cáncer de Mama. Tenía 46 años y era el sostén de un hogar que batallaba duramente para hacerle frente al país.
Llegué a pesar 39 kilos. Aquí venia en silla de ruedas, malita. A veces pensaba que no me repondría nunca; pero, ya ve.
En contra de todo pronóstico, pese a que su tratamiento no ha podido cumplirse siguiendo las indicaciones exactas del protocolo, Leyda ha logrado ganarle algunas pruebas al cáncer.
Hasta ahora, el trabajo de mi esposo, de mi yerno y cualquier entradita que uno tenga por ahí es lo que se usa para invertir en mi salud. Solo al principio fue cuando tuvimos que hacer una colecta a nivel familiar, y ahora que andamos buscando ayuda con fundaciones privadas y esas cosas, pues aquí los tratamientos se interrumpen, las medicinas no llegan, o las cosas se complican y uno no sabe lo que le puede tocar.
Es esquiva, tiene los ojos desconfiados de los andinos y no le gusta mucho hablar. Solo rompe el hielo para celebrar con risas el triunfo de “estar gorda”. Aunque aún espera por una solución quirúrgica para el tumor que invade su seno derecho, (hasta ahora ha sido infructuoso todo esfuerzo por hacerla pues no tiene con qué pagarla) por lo menos se mantiene estable y con poco miedo a la enfermedad. Su único miedo es muy otro.
II
La Unidad de Oncología del IAHULA está extrañamente vacía el día de hoy. Afuera, la ciudad celebra un evento deportivo que tiene el tráfico congestionado, hay poco transporte público y, las noticias sobre la variante Ómicron de la COVID 19 parecen estar causando, nuevamente, cierta soledad en las calles. Por los pasillos, un joven residente del último año de Medicina Interna busca a quien preguntar por un caso; es el Doctor Ancheta, uno de los poquísimos residentes que se atreve a acercarse al frio sótano del hospital.
Si no fuera por los pacientes esto sería un desierto – se atreve entre risas un dinámico enfermero que parece conocer todos los intríngulis de la Unidad. El Dr. Ancheta sonríe con complicidad.

Lo que pasa es que en la Unidad no hay un Oncólogo médico a cargo – explica con timidez – entonces, cuando queremos saber detalles de algún caso hospitalizado en piso, bajo nuestro cuidado, tenemos que “colarnos” en algunas discusiones médicas o sencillamente estudiar por nuestra cuenta a ver si atinamos.
A mí me interesa la oncología, quizás como especialidad secundaria, aunque creo que no podré sacarla porque tendría que trasladarme a Valencia o Caracas y no puedo permitírmelo; pero, da igual, como estudiante del último año de Medicina Interna, nunca me he podido sentar con un Oncólogo médico para hablar de este o cualquier otro caso, porque nosotros no tenemos esa programación.
Se refiere a las rotaciones en el área de Oncología que tanto bien le harían a la alta demanda de la Unidad del IAHULA que se ocupa de los enfermos de cáncer: 300 pacientes mensuales atendidos, como se pueda, por un equipo humano que no llega a 30 personas en el que solo hay dos médicos: una oncóloga pediatra y una internista.
Tal vez debido al caos exterior de la ciudad, ninguna de las dos ha podido llegar hoy al hospital. La inusual soledad de esos pasillos, sin embargo, no da tregua. No, al menos, para Ancheta y Edgardo, un paciente a su cargo hospitalizado por Cáncer Epidermoide de Parótida cuyo tratamiento exige la urgencia de radioterapia.
Edgardo, tanto como Julio, son dos pacientes conocidos en la Unidad: ambos con el mismo tipo de cáncer viven la desgracia de que las lesiones externas de la enfermedad, están borrándoles por completo la cara. Ya le ocurrió a Julio, quien languidece, sin rostro, en la etapa terminal de esta horrible forma de cáncer, desahuciado, esperando una muerte que demora mucho en llegar.
El joven internista hace una mueca de angustia:
Lo de ellos se habría reducido notablemente si hubiesen recibido radioterapia. Pero, en Mérida no tenemos el equipo operativo y ellos no podían permitirse viajar a alguno de los únicos cuatro centros públicos de radioterapia que existen en Venezuela.
Irónicamente, sin embargo, una realidad se escapa: el IAHULA, cuenta con el equipo para hacer radioterapia. Esta fuera de servicio desde hace 7 años y componerlo cuesta aproximadamente 120 mil dólares. Hasta ahora parece imposible.
El acelerador lineal (equipo para radioterapias) ha sido bandera política de mucha gente según tengo entendido; en los casi tres años que llevo en el postgrado y antes en los años de carrera, he visto llegar a cuanto político tiene algo que ver con el gobierno del estado para interesarse por eso. Supongo que es pura politiquería – dice, mientras levanta los hombros con impotencia.
A la falta de equipo habría que sumarle un problema más delicado: para aplicar radio, hace falta un especialista en radiología oncológica, un profesional que no vive en Mérida.
Y entonces nos toca hablar de plata.

III
Fundada hace 30 años, la Unidad, como la mayoría de las iniciativas medicas que han dado buena fama al Hospital de la ciudad de Mérida, inició sus actividades bajo el auspicio de otros tiempos: un excelente grupo de profesionales especialistas en el área, dispuestos a brindar el mejor de los servicios. Lo hicieron, hasta que el país empezó a despedazarse. Entonces la Unidad, como todo, inició un periodo de desgaste que aún no se detiene.
Esto es un desastre – lo resume Ancheta con impaciencia.
Visto desde afuera, sin embargo, el desastre no es tan notorio. Si, es cierto que los consultorios están desvencijados y algunos días amanecen inundados. También lo es que el área de espera debe ubicarse en el pasillo exterior a merced de la humedad y el frio del sótano; tanto como que, el papel en el que se escriben récipes e informes indispensables, es papel de reciclaje que traen los mismos pacientes; pero, por obra y gracia del espíritu de algunos trabajadores sanitarios que aún se comprometen con lo que sea que tenga de bueno su profesión, las cosas – por fuera – no se ven tan mal. El problema está corroyendo las entrañas y se llama presupuesto: la Unidad de Oncología no tiene un presupuesto propio para funcionamiento. Ninguna Unidad del IAHULA lo tiene.
Escasamente el Hospital dispone de dinero público para gastos de funcionamiento, aunque tal cosa no se reconoce.
En tiempos de una Emergencia Humanitaria Compleja, esa puede ser una de las razones con la que justificar la diáspora que está acabando con las esperanzas de los pacientes de cáncer que no pueden acudir a la medicina privada (la gran mayoría). Un médico del IAHULA recibe de sueldo la cantidad aproximada de 10 dólares mensuales promedio. El personal de enfermería un poco menos. Es obvio pensar que, a ese precio, muy poco se mantiene en pie un compromiso.
La mayoría de los especialistas han emigrado. Los que no, se dedican a la práctica privada exclusivamente. Solo un par de Oncólogos conocidos en el ámbito privado mantienen relación estrecha con el Hospital e incluso aceptan hacer seguimiento gratuito a algunos pacientes en sus consultorios. Nada más. A la mayoría los atienden médicos internistas que suplen con calidad humana lo que adolecen en conocimiento.

IV
Auxiliadora tiene 67 años, una tía de 89 que no puede caminar y un hijo de 30 que vive con Síndrome de Down. Además, tiene cáncer de Mama diagnosticado hace 4 años. Junto a Leyda está en el grupo de las veteranas y ha soportado todo lo que puede ocurrirle a un paciente de cáncer, con un agregado: requirió atención psiquiátrica.
Todo se me juntó y colapsé, estuve internada 28 días en el hospital San Juan de Dios (un hospital privado, disponible para pacientes mentales, sin costo alguno, ya que trabaja como una “obra de caridad”) y allí me trataron. Fue muy difícil entender lo que ocurría y dedicarle tiempo a mi familia, entender que estoy sola en esto, que mi hija se fue a Perú. Entré en una depresión horrible, no por miedo a la muerte, sino de pensar que siendo profesional y habiendo trabajado toda mi vida, no podía ni empezar a pensar en costearme los gastos de la enfermedad.
Fue una amiga la que consiguió que fuera atendida en el hospital psiquiátrico y es esa misma amiga la que se mantiene animándola y pendiente de que las sombras de la enfermedad mental no vuelvan a instalarse. Auxiliadora no ha logrado vencer su cáncer y eso la mantiene al borde.
Hace muchos años que no hay atención psiquiátrica destinada a los enfermos de cáncer. Eso es difícil porque la primera cosa que ocurre en una persona al recibir un diagnóstico como ese, es un gran bajón en su ánimo. No solo tienen que lidiar con la enfermedad, sino con las circunstancias, el malestar y la posibilidad de muerte. Lo que enfrentan es muy duro – una vez más, el Doctor Ancheta hace la fotografía.
Yo voy allí, poco a poco – sigue Auxiliadora, una señora que mantiene la coquetería de sus buenos años y el tono de voz llanero de su origen – hago lo que puedo, he vendido casi todo lo que puedo vender, he hecho prestamos a todos los conocidos y amigos a quienes les pago de a poquitos y pido ayuda. Mis prioridades cambiaron y, por ejemplo, la comida dejo de ser el gasto más importante de mi casa. Si tengo que escoger entre una medicina y un kilo de queso, escojo la medicina, sin dudarlo.
Ella pasa por encima de las precisiones sobre atención psiquiátrica que tanto le afectaron en su momento, e insiste en que la carencia de medicinas es el peor de los problemas que enfrentan todos. En la farmacia del IAHULA destinada a los pacientes con cáncer solo hay algunas quimioterapias y pocas cosas para tratar el dolor. Casi todo lo demás corre por cuenta del paciente; por ejemplo, las medicinas que necesitan ser aplicadas para “preparar” un paciente para cada ciclo de quimioterapias, también las que minimizan los efectos secundarios. Si durante la aplicación de una quimio se presenta una emergencia, la familia del paciente debe responder supliendo lo que haga falta. Difícilmente la Unidad saldrá adelante con la respuesta porque sencillamente no tiene como hacerlo.

Es el mayor de los miedos, por eso creo que fue que yo me puse tan mal al principio, yo sabia a lo que me estaba enfrentando – Dice mientras aprieta con cariño la mano del Dr. Ancheta; por un momento, los ojos de este último se nublan.
Me cuesta mucho venir aquí. No tengo que hacerlo porque esta no es mi rotación programada; pero, no puedo evitar echarle una mano a la Unidad. Quizás es porque estoy demasiado consciente de la inmensa necesidad que existe- es el conjuro para unas lagrimas que estuvieron a punto de escaparse
Se acerca el mediodía. La Unidad empieza a vaciarse. Hoy no hay pacientes a quienes aplicar “protocolos” (quimioterapias) las consultas han fluido en su forma más básica porque las doctoras encargadas no han podido llegar a sus puestos de trabajo y Ancheta no es médico de la Unidad, por lo que no se atreve a pasar consulta formalmente. Ambos, sin darnos cuenta, caminamos hacia la salida.
¿Doctor, usted cree que Mérida sigue siendo un referente nacional en el tema salud? – aventuro una pregunta cuya respuesta me parece imposible predecir
En cierto modo si – responde para mi sorpresa – hace rato dije que esto era un desastre y lo es; pero, aquí al menos hay algo. Existen muchas ciudades en las que no hay ninguna opción.
Ancheta abre su teléfono y me enseña un listado: Son los sitios en los que se puede acceder a radioterapia en Venezuela, cuento doce en todo el país; solo cuatro son de acceso público: Lara, Guárico, Portuguesa y Zulia.
Y como esta, aquí lo que sobran son listas, para darle al paciente y decirle que resuelva según lo que pueda hacer –
¿Usted se acuerda de aquel eslogan que decía “el cáncer es curable si se diagnostica a tiempo”? bueno, en Venezuela, el cáncer es curable si usted tiene un montón de plata, buenos contactos y suerte. El diagnostico temprano; bueno, eso también ayuda – sentencia, lapidario, mientras abre la pesada puerta de vidrio que devuelve al visitante y al paciente a la realidad de una competencia deportiva.