

Juan Carlos Liendo.
Diciembre 2021
Una de las cosas que indispone a Marbella al empezar sus días de trabajo, es la pregunta de qué hacer con sus hijos de entre 12 y 17 años, mientras ella cumple con el diario rosario de limpiezas que le garantizan ingresos relativamente cómodos para la familia. Su esposo, agricultor, resuelve en gran medida los rubros vegetales de la alimentación de todos y, en general, la vida se va cumpliendo día tras día sin sobresaltos distintos a los que suele producir la crianza de tres varones. En verdad, ni por todo el oro de este mundo Marbella cambiaría El Naranjo, – si las cosas fueran un poco distintas –

El Naranjo está en Piedras Blancas, una aldea del municipio Campo Elías del estado Mérida, a pocos minutos del casco histórico de Jají, uno de los mayores atractivos turísticos de la zona, ahora desolado, manteniéndose a fuerza de la buena esperanza de sus habitantes.
– En realidad, no solo las cosas cambiaron por la pandemia, yo digo a cada rato que la educación de los muchachos ya estaba muy echada a perder; pero, ahora la cosa es grave – Dice el marido de Marbella, en su primera intervención en una conversación en la que la voz cantante es la de su esposa.
Ella lo mira como si recibiera permiso para hablar y lo hace. Desparpajada.
– Yo creo que fue por el 2015 o 2016, cuando el más pequeño de los chamos entró a primaria, que nosotros empezamos a pensar que educar a los muchachos iba a volverse un asunto muy complicado. Es que fue como si de pronto nos hubieran echado un mal de ojo. Todo empezó a ponerse tan difícil que, más de una vez, pensamos en no volver a mandar los niños a clase. Claro, eso no lo hicimos porque no queríamos que los niños se nos quedaran brutos; y le digo algo: solo Dios sabe lo que eso nos ha costado.
La mención de esos años es perfectamente lógica. Marbella está en lo cierto. Todos los indicativos dicen que fue alrededor de los años 2015 o 2016 cuando en Venezuela se juntan los elementos que permiten hablar de una Emergencia Humanitaria Compleja. Es también el año en que las medidas del gobierno de Nicolás Maduro asestaron la puñalada final a nuestra precaria economía.
Pocos años antes, el corazón de la educación venezolana había pasado por una de sus crisis más profundas: la reestructuración del pensum de estudios, convirtiendo la enseñanza pública y privada en un instrumento de dogmatización ideológica al que muchísimos padres se opusieron alzando la voz en contra de los nuevos libros, las nuevas herramientas académicas y los nuevos sistemas de evaluación considerados bastante complacientes por todos los que se atrevieron a analizarlos; sin embargo, Los años han demostrado que la aplicación de esas reformas terminó quedando a criterio de cada director de escuela o liceo y, a veces, de cada maestro y que eso acalló las voces que se levantaron airadas en contra de una reforma que no se ha convertido en letra muerta.
Aun así, Marbella y Víctor se muestran estupefactos ante la realidad que están viviendo. A ellos dos la vida se les puso al revés en Marzo de 2020.
– Aunque le digo, no vaya a creer que todo estaba perfecto y llegó el tal COVID ese y lo echó a perder; no, ni mucho menos. Todo estaba muy mal y llegó ese bicho para empeorarlo – Dice Víctor mientras llena por tercera vez las tazas de malojillo que tenemos en frente.
Lo que estaba muy mal tiene un origen perfectamente claro: el descalabro social que ha originado la mala conducción política del país, especialmente ensañado en contra de la educación, desde el momento en que se utilizó como herramienta ideologizante y cambió la forma en que se escribe la historia.

II
Marbella en algún momento pensó en dedicarse a la docencia; en su voz hay emoción en la nostalgia de los días que pasaba jugando a la escuelita, en el patio de la casa materna, y aún conserva una cierta autoridad “de maestra” que le reconocen todos los que la tratan. A sus 41 años dice tener pocas razones para quejarse en la vida, pues le ha ido mejor que a muchas de sus contemporáneas. Cierto que no tiene el mejor trabajo del mundo; pero, servir casas ajenas le ha servido de mucho, sobre todo – dice ella – le ha enseñado a conocer mejor la naturaleza de las personas, tal vez esa sea la razón por la que nunca ha querido dedicarse a una familia en particular. Atiende entre 6 y 7 casas a la semana, entre las que se cuenta la casa parroquial de Jají, a donde acude religiosamente cada miércoles para realizar lo que ella conoce como “una limpieza a fondo”. Por eso es amiga del cura del pueblo, de quien tiene razones de sobra para pensar que vive en aroma de santidad.
– Mire, si no fuera por la iglesia, yo ya me hubiera vuelto loca con los muchachos sin hacer nada.
Es así como despacha el grave asunto de las escuelas cerradas desde mayo 2020 debido a la crisis sanitaria mundial que ha producido la pandemia del COVID 19 y, al hacerlo, parece reducir los problemas a esa circunstancia particular. Es Víctor quien la ataja.
– A mí me partía el alma, como padre, ver a mis muchachos salir de la casa a las 6 de la mañana, sin haber desayunado porque ¿cómo le hace uno comer algo a un muchacho a esa hora? caminando hasta la escuela de Piedras Blancas, y eso, para llegar allá muchas veces a esconderse en los baños a desayunar para que no le pidieran los niños que no tienen nada que llevar para desayunar – toma un impulso para tragarse la emoción y remata- yo siempre me preguntaba ¿Qué les costaba darle aunque fuera un vaso de leche y una galleta a las escuelas públicas?
Víctor se refiere a la desaparición del Programa de Alimentación Escolar, acaecido en la mayoría de las escuelas venezolanas alrededor del año 2017, después de haber existido de manera intermitente y en modalidades que casi siempre eran más un problema que una solución.
– Mire, mantener a un niño de 8 o 10 años en la escuela sin darle un bocado de comida y dejar que sean las tienditas de las escuelas las que se ocupen de darles alguna chuchería, que siempre es carísima y casi ningún niño puede pagar, es un crimen. Yo no le pongo otro nombre. Los nuestros porque aquí en la casa nunca, a Dios Gracias, ha faltado comida, ni siquiera en la época en que no había nada que comprar. Imagínese que nosotros sembrábamos maíz para que Marbella y las otras señoras de la comunidad tuvieran como hacer arepas.
La voz del padre, cerrero y taciturno como la mayoría de los hombres del campo, empieza a sonar alta en medio de la conversación y uno creería que le falta poco para empezar a gritar, o a llorar, cosa impensable en un tipo de su talante. Se enfurruña de nuevo y deja que sea la esposa la que recapitule calamidades.
Si Víctor se refiere al PAE como una panacea que hubiese podido menguar un poco lo que ambos llaman el desastre educativo, Marbella empieza a puntualizar otras causas asociadas. La diáspora, por ejemplo. Es uno de sus mayores tormentos, pensar que de pronto empezaron a haber casas en las que los niños se habían quedado solos o ver como familias enteras de la comunidad habían emprendido largos viajes caminando hasta Colombia, para pasar allá, las necesidades que vivían aquí, aunque digan que en mejores condiciones.

III
La profesora Esperanza fue la primera de las maestras de la escuela, a la que ambos están muy ligados, que dejó de asistir a sus clases diarias. Un día los niños tuvieron que ser repartidos en otros salones porque la sección única de 4to grado estaba acéfala. No hubo ni ha habido explicaciones, a Esperanza “se la tragó la tierra” para siempre.
A diferencia de las otras maestras, y de otras personas que se van y un día aparecen de nuevo en el paisaje cotidiano a retomar sus actividades en el mismo punto en que las dejaron, la maestra de 4to grado no dejó más rastro que una casa vacía y cerrada a la que hoy cubren telarañas y años de abandono, un par de vacas que fueron sorteadas entre los vecinos antes de que murieran de mengua y un recuerdo casi imborrable que es tan bueno como imperdonable, de acuerdo a quien sea que lo cuente. Para sus alumnos, Esperanza es la mejor maestra del mundo, algún día regresará a darles la cara explicando lo ocurrido; para los padres es un problema tan grave que “mejor no hablar de eso”.
Se supone que dejó la escuela para irse con sus dos hijos adolescentes a Colombia o alguno de los países cercanos y que si no le contó nada a nadie fue para evitar que le empavaran el viaje. Esa teoría cierra las muchas discusiones que la decisión ha provocado en el soslayo de las miradas de quienes están planeando hacer lo mismo. Parte de la desolación del pueblo se debe a los que, como Esperanza, han decidido poner tierra de por medio a los problemas a los que se suma la educación de sus hijos.
– Si es verdad que el viaje de Esperanza nos pegó mucho; sin embargo, yo la entiendo. Usted no se puede imaginar las dificultades de esa pobre mujer para bajar desde Paramito a dar clases aquí. Yo creo que ella se fue muy decepcionada y no es para menos. Tenía como 6 años pidiendo cambio para una escuela que le quedara más cerca y en la zona educativa nunca le hicieron el menor caso, y eso, eso es cariberia. Esperanza siempre fue, como decirle, siempre estuvo en contra del gobierno y mire, cuando uno se identifica como de oposición no consigue ni las limosnas.
Marbella sonríe con sarcasmo, ella también es opositora radical, aunque eso no la afecta. Nunca la han botado de algún sitio de trabajo, ni ha tenido más problemas que las marramuncias de los lideres rojos del pueblo, como la vez que Víctor tuvo que regalar unos 20 kilos de queso, encargados por un amigo del régimen para un evento político, que luego terminó comprándole a otro fabricante vestido de rojo. Si, Marbella recuerda ese episodio con rabia, es verdad; pero, sabe que más allá, no ha ocurrido mayor cosa y lo agradece.

IV
Según un estudio realizado por ENCOVI, en Venezuela tres de cada diez personas que deberían estar escolarizados, no lo están; ya que este número representa el indicador más valioso a la hora en que se mide la cobertura educativa real, puede deducirse que el sistema educativo venezolano no está solo estancado, sino que refleja números decrecientes.
Ni Marbella, ni Víctor, ni Esperanza ni ningún otro de los afectados directamente por el grave deterioro de la educación saben de cifras estadísticas o muestran interés en ellas, lo que les preocupa lo viven en su propia vida. El hijo mayor de la pareja, que hoy tiene 17 años, debería estar fuera del bachillerato con un flamante título de bachiller guardado entre sus documentos; para sus padres es señal de alarma que eso no haya ocurrido, no porque el chico sea incumplido o mal estudiante, sino porque ha sido víctima de rezago escolar severo. Estaba en 3er año de bachillerato cuando tenía 16 años, debido a que las faltas sistemáticas de educadores, los largos periodos de paros, la escasez de gasolina, la falta de electricidad y otras desgracias, lo han ido dejando atrás tanto como a los demás compañeros. Si todo sale bien, esperan un título para finales de este año escolar que “se los están regalando en verdad, porque esos muchachos no han tenido clases ni un solo día”
Es el detalle adicional con que dan por cerrada la discusión: las clases no presenciales.
– Eso no existe, olvídelo. ¿Qué clases por internet va a tener un muchacho que no tiene luz, ni teléfono, ni televisor y mucho menos señal de internet? Mire, aquí vinieron a instalar una señal de Internet gratis para el pueblo y lo hicieron, en verdad. En la Plaza. Usted camina unas dos cuadras por afuera de la plaza y ya pierde la conexión, es como si se burlaran de uno. Entonces, ¿de qué clases virtuales van a hablar?
Es un drama común a todas las personas en edad escolar que no habitan las grandes ciudades, (en las que de todos modos suele vivirse sin electricidad un promedio de 6 horas al día) no solo rechazan los programas que intentó implementar el gobierno por medio del canal de Televisión oficial; sino que si quisieran verlos, las deficiencias eléctricas y de conexión se los impediría.
Las mujeres de la comunidad de El Naranjo se han organizado y, como pueden, atienden a los niños de todas, en sesiones que suelen contar con asistencia de diversas oenegés que se ocupan del tema educativo y el respaldo impagable del cura; pero, todas están conscientes de que el rezago de sus hijos no se resuelve fácilmente. Por ahora, han debido aparcar el sueño de entrar con ellos al Aula Magna de la Universidad de Los Andes, para verlos convertirse en doctores.
Con mantenerlos ocupados durante las horas muertas del día se dan por bien pagadas. Y, la culpa de tanta cosa mala en la educación de los hijos no la tiene la pandemia. No señor.