Solidaridad que acompaña

Rigoberto Lobo*
/ Revista SIC febrero 2018

En medio de un monumental escenario adverso, que nos empuja a la cotidianidad particular de cada persona andina, con los estómagos y bolsillos vacíos, con el pecho lleno de incertidumbre y angustia, muchos no pueden retornar a sus lugares, al refugio de la tormenta y para el corazón, ahí donde está lo más preciado, el hogar.

Cuando esa persona es forzada a esconderse por sus ideas, cuando su nombre es pisoteado y cuando su frágil existencia corre mayor peligro, luego de ese evento comienza un proceso que busca únicamente proteger lo más preciado del ser humano, la vida y en libertad. Con mucho miedo se juntan algunos otros en una tela de araña tan invisible y frágil, quizás sin un plan, pero con esa primordial intención.

Cómo se defiende la vida si no se tiene cómo darle cobijo y alimento, sin una estructura que pueda brindar elementos para lograr esa protección necesaria; podríamos apelar a la creatividad, pero innegablemente el elemento fundamental es la solidaridad y ella se consigue en los zapatos del otro al ponérnoslos, en la compasión.

Comenzamos con aceptar, aceptar la realidad, aceptar que decidimos proteger la vida del otro y también aceptar que las decisiones traen consecuencias. Una consecuencia podría ser ver a esa persona sonreír por muchos años más, viva y libre.

La solidaridad nos ayuda a conseguir esos elementos desconocidos pero latentes para atravesar los desafíos, solidariamente compartimos el miedo y la carga se hace más liviana para cada uno. Solo por medio de la solidaridad fue que difícilmente entendí aquella fórmula que me había enseñado un jesuita en medio de una contingencia y que en su momento mucho me asustó: no te preocupes, “Dios no va a permitir que le falte el pan ni el techo”. Había unas personas solidarias y llegaron otras más.

Esa persona solo llevaba consigo mucho miedo

Fue necesario comenzar generando una robusta confianza, que la persona entendiese que la ayuda partía de sí mismo y que era fundamental desinstalar cualquier forma de comunicación con todos los demás.

Se seleccionó una lista de silentes y comprometidos colaboradores, se hizo un inventario de las pocas y especializadas ayudas disponibles y esto para los
primeros días trajo consigo el pan y el techo, a partir de ahí se comenzó a formar el delicado e invisible tejido que le pudiese dar cobijo a la vida de la persona, hora a hora se fue extendiendo irregularmente, buscando su propia forma y definiendo los caminos de algún destino aún desconocido.

Es importante recordar que no se trata de señalarle un camino a la persona, se trata de acompañarle en ese camino y hasta su destino, que no hay nada peor que sentirse perdido, varado y desprotegido.

La persona necesita escuchar orientaciones y sugerencias, pero también necesita por sobretodo ser escuchada y que además sea dueña de su destino y sea quien al final decida.

Cada persona tiene sus particularidades de diferentes órdenes, bien sean éticos, espirituales, culturales, físicos y de salud, eso también es muy importante. La soledad y la incertidumbre son unas terribles compañeras, no olvides que esa persona necesita sentirse lo menos sola posible, más allá de lo físico.

Es muy importante el conocimiento que se pueda tener sobre los diferentes protocolos de protección, ellos te ayudaran a realizar un boceto de cómo podría ser el proceso, pero se debe estar consiente que los tecnicismos pierden validez o se debilitan ante los diferentes contextos y escenarios, lugares y tiempo.

Por lo tanto, se debe conocer lo mejor posible el contexto en el que se desarrollaría este proceso y que entre los colaboradores deben ser discutidos, no debemos suponer, ni mucho menos suponer que los otros suponen, la comunicación sigue siendo la herramienta fundamental y esta debe hacerse con mecanismos que la protejan y la mantengan en confidencialidad.

Las promesas suelen no caber en los procesos humanitarios, es suficiente y además importante aclarar que se está dispuesto a brindar toda la ayuda posible y al alcance para preservar la vida y en libertad.

Red de redes en alianza, muchas de ellas invisibles pero tangibles para resguardar la vida

 

No se puede pretender ser un dios, es necesario comprender y valorar la solidaridad para la protección de la vida. Hemos podido compartir hermosas experiencias en medio de la adversidad porque el camino no está hecho, sino se hace aun con todas las carencias existentes.

En medio de los procesos se tejen redes donde cada núcleo cumple una función particular, pero juntas complementan una asistencia integral a la vida. Están los núcleos que se encargan de alimentar, dar cobijo, brindar transporte, asistir jurídicamente, médicamente en sus diferentes campos y el núcleo central que no es más que aquel que supervisa, maneja la totalidad de la información y el que se mantiene más distante e invisible para, en una contingencia mayor, poder asumir la función de otro u otros núcleos.

Duplicar esfuerzos es un agotamiento innecesario y además se perdería vital tiempo en la necesidad de tanta ayuda y con tan pocos recursos disponibles. Cada núcleo debe gozar de la suficiente autonomía sin desconectarse del resto, recordando que cada uno es muy importante pero no debe ser vital en el funcionamiento de la red.

No hay jefes, no hay reconocimiento, porque es a partir de la pura solidaridad y vocación que se debe abordar este trabajo de salvaguarda de la vida.

En redes y protocolos resulta que “uno más uno no es dos”

 

Las redes son el espacio colaborativo, no físico, que vincula a las personas, las organizaciones y otros grupos, de manera colectiva para poder superar los desafíos impuestos por las situaciones incluso más complejas de adversidad.

Solo la horizontalidad de las redes permite la autonomía de los núcleos y potencializa la participación solidaria de cada uno. Las redes guardan dentro de sí una gran capacidad de resiliencia con la cual es posible que se produzcan los considerables cambios y avances para proteger el más sagrado tesoro, la vida, y así avanzar para lograr el ideal de la vida digna.

Como defensores de derechos humanos tenemos la importante misión de revisar y replantear el funcionamiento de las redes y de los protocolos de protección a la vida. Porque en eso reside el poder reescribir todo aquel plan que necesitemos cada vez; que de nuevo debamos volver a lo fundamental y básico que puede ser proteger la vida de las personas evadiendo los nuevos componentes que se agreguen ante las particulares adversidades.

*director general de PROMEDEHUM.