Mérida: dinero Sí, comida No

Febrero 2023

En junio de 2013 Venezuela recibió, en la persona de su presidente, Nicolás Maduro, un premio otorgado por la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), con el cual se reconocía sus esfuerzos y su lucha contra el hambre. En ese momento era frecuente escuchar entre los ciudadanos venezolanos quejarse de cómo la inflación había afectado directamente los precios de los alimentos, originando también que muchos escasearan: la harina de maíz para las arepas, el azúcar y el aceite ya no se encontraban en el territorio nacional.

Este reconocimiento fue rechazado por la sociedad civil, que lo catalogó de escandaloso e inmerecido, ya que la realidad del día a día de las personas en Venezuela no se correspondía con lo que el premio celebraba. Las largas colas de gente frente a los supermercados y la falta de alimentos, que aumentaban día tras día, así lo evidenciaban.

Para el año 2014, Mérida estuvo marcada principalmente por fuertes protestas que duraron más de 4 meses. El descontento de la población por la inflación, la escasez de comida y otros problemas sociales aumentó, el dinero percibido por los ciudadanos sólo alcanzaba para comprar la poca comida que en ese momento había a disposición, comida que tampoco alcanzaba para alimentar a sus familias.

Contrastes de una ciudad

“Creo que los años más terribles fueron 2015 y 2016, tenías que hacer colas, que en el mejor de los casos duraban 8 horas para poder comprar los alimentos y otros productos que estaban agotados”, comentó Andrea Márquez.

Andrea es arquitecta, egresó en 2018 de la Universidad de Los Andes. Comentó que el comedor de la universidad la ayudó muchas veces cuando no tenía qué comer. “Recuerdo que la comida del comedor era muy rica, en la medida de lo posible daban frutas, proteínas y jugo, pero esto con el tiempo cambió”. Márquez narró que dejó de ir al comedor un día que sirvieron sopa y cochino. Dijo que la sopa solo era agua con la que cocinaron el cochino y que no tenía verduras ni sal, y en la bandeja le sirvieron una porción de cochino sin otros alimentos.

“Y no es por ser mal agradecida, pero me parecía una humillación, no había más que comer, busqué las formas de poder arreglármelas, entiendo que muchos compañeros sí siguieron asistiendo porque era lo único que iban a comer durante el día”, agregó Márquez.

La Universidad de Los Andes, al igual que otras universidades del país, es una universidad pública dependiente del Estado.

Negocios sin comida

Quienes hicieron las filas para poder comprar comida recuerdan estos tiempos con gran desagrado. “Era muy frustrante estar esperando para comprar, porque sucedía de todo mientras estabas ahí”, dice Carlos Medina, quien para ese momento trabajaba en una institución pública del Estado y ganaba cerca de 60 dólares (USD$60), cifra considerable para ese entonces, ya que era un poco más del salario mínimo.

Actualmente, Carlos vive en Ciudad de México. Asegura que migró porque no quería que su mamá estuviera negociando con “bachaqueros” y comiendo mal. Trabajar en el extranjero le aseguraría comida para su familia.

Un bachaquero en Venezuela es un vendedor informal que vende en el mercado negro comida y otros productos de valor y dificultad para adquirir (gasolina, medicamentos), productos que escasean debido a sus precios muy elevados y dudosa procedencia.

Los dueños de los establecimientos comerciales entregaban un ticket a todos aquellos haciendo colas, pero muchas veces la inmensa cantidad de personas que estaba en las filas no lograba recibir uno de los tickets. Tener tickets tampoco aseguraba que se comprarían los productos. Es decir, si un supermercado recibía 250 unidades de harina de maíz, y solo podía vender dos unidades por persona, el producto solo alcanzaba para 125 personas, por lo cual en una fila de 600 personas se quedaban sin harina 475. La misma regla se aplicaba al resto de los productos.

El joven dijo que perdió la cuenta de la cantidad de veces que amaneció haciendo colas. Sus anécdotas abarcaban desde presenciar peleas que llegaron a golpes porque la gente no respetaba su puesto en las extensas colas, o ser amenazado por la Guardia Nacional Bolivarina (GNB) por hacer filas frente al supermercado El Garzón, hasta tener que enfrentar esos días de filas en los cuales no podía comprar nada. “Esperar toda una noche para que te vendan un litro de aceite era lo más cruel que te podía suceder”, dijo Medina.

Carlos siempre se encargó de comprar la comida de su casa, pero la zozobra de no saber cuándo podía conseguir alimentos, así como su deseo de resguardar la seguridad e integridad de su mamá fueron los detonantes que lo animaron a tomar la decisión de dejar el país. “Mi mamá también hacía colas, hasta que un día tuvo un inconveniente con una chica que era bachaquera(…) ya no era seguro hacer colas”, lamentó el joven.

Con dinero y sin comida

En Mérida, durante los años 2014 a 2017, los dueños de los establecimientos comerciales, además de tener que vender un solo artículo por persona, estaban obligados a vender todo los productos hasta agotar su existencia en el local. Si llegaba algún organismo autorizado por el Estado a supervisarlos y encontraban más de dos productos iguales de un mismo rubro, podían ser acusados de acaparadores y desestabilizadores de la economía, con consecuencias como cuantiosas multas, cierre temporal del local o hasta cárcel.

Pese al desalentador panorama que vivía Venezuela, en el año 2015 Maduro fue reconocido nuevamente por la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) por la lucha en contra del hambre y la pobreza. No fue sino hasta el 2017 que la FAO advirtió en su reporte anual sobre la escasez de comida en Venezuela.

 

Alternativas para encontrar comida

Los programas subsidiados por el Estado como Mercal, Pdval y Abastos Bicentenario, no escaparon de la escasez de alimentos. Sin embargo, al igual que en el caso de los establecimientos comerciales, a estos programas les llegaba de vez en cuando comida, y debían venderla al precio establecido que marcaba cada paquete.

“Compré muchas veces comida, sí, era de precios más bajos en los establecimientos del gobierno, pero cuando abría los productos estos venían con gusanos, la calidad no era buena, muy desagradable, y lo peor de todo esto es que debíamos consumir esos alimentos porque no había más que comer”, dijo Margarita Sánchez, residente en Tabay desde hace 25 años.

Sánchez describió cómo retiraba los gusanos u otros animalitos que salían en productos como lentejas, caraotas, arroz y harina para hacer arepas. “La harina venía con unos hilitos, y de una vez notabas que esa comida era muy vieja”, agregó la mujer.

Había dinero, pero no comida

Si bien es cierto que en la actualidad la escasez de comida ya no es un problema para las personas en Mérida, y que los productos, todos, incluso esos que en años anteriores no se conseguían, se pueden hallar de manera fácil en cualquier supermercado o bodega, ahora el problema radica en que los sueldos profesionales y las remesas no alcanzan para comprar comida suficiente para cubrir la cesta básica.

Estos testimonios de personas en Mérida están en contraposición con las declaraciones del gobierno nacional, que desde hace años ha afirmado de manera reiterada que están en marcha varios planes de acción (motores agroalimentarios), con el fin de cubrir las necesidades de las comunidades, así como para lograr que la comida llegue a todos los hogares del estado.